Cap. 25: Tusa

Un día lejano, cuando más hundido estaba en el anonimato y en la pobreza, encontré a un amigo que supo comportarse como tal. Nacho Angulo, marqués de sangre y de alma, incansable trabajador, persona tan buena que no sé si alguien le habrá pagado alguna vez tantas bondades, encontró tan sólo a un músico sin éxito y sin recursos. Era la época en que vivía yo con Rosetta.
-Pero, ¿cómo puedes componer si ni siquiera tienes una guitarra y un grabador?- me dijo.
Tenía yo la guitarra de Rosetta, la vieja guitarra con una cuerda rota. Allí intentaba construir mis canciones, pero muchas de ellas desaparecían de mi memoria, apenas ideadas, porque no he sabido escribir música y mi memoria no puede abarcarlo todo, aunque sea muy sólida. Nacho decidió ayudarme, sin que se lo pidiera nadie; al día siguiente me buscó y me regaló un grabador de cassette, sencillo y manejable, el mejor que existía entonces en el mercado. Lo conservo aún, desvencijado y mudo, pero lleno de recuerdos. En él dejé encerradas mis primeras canciones, los primeros balbuceos, fruto de largas horas de soledad y trabajo en mi habitación prestada. Aquel cassette fue una herramienta mágica y utilísima; en el transcurso de los años he ido acumulando todo género de artilugios, todavía ahora no resisto la tentación cuando voy a actuar a Nueva York, a Japón o a Alemania de comprar los últimos hallazgos de la electrónica -que generalmente olvido pronto en un rincón de mi casa o regalo a mis amigos-, pero aquel polvoriento y agotado grabador sigue en mis manos como un inapreciable tesoro.
Pero Nacho Angulo no sólo me ofreció aquel regalo espléndido, cuando más lo necesitaba, sino otro que permanecería hasta hoy mismo en la sala más noble de mi corazón. En realidad, Nacho se limitó a presentarme a aquella mujer; no podía regalármela porque no era suya, ni fue mía ni de ella misma siquiera, añadiría yo parafraseando la hermosa canción de Amancio Prada: Tusa.
Cuando tenía yo diez o doce años había visto en un cine de Alcoy una película que me había dejado admirado. No tanto por la historia, que no pude comprender del todo, aunque me había gustado mucho, como por la presencia en ella de una mujer excepcionalmente bella. Me pareció tan guapa como mi madre y como mi hermana, y Chelo, sentada a mi lado, se rió mucho cuando le dije que era tan guapa como ella. Pero tardé muchos años en saber que aquella mujer, que por entonces tendría unos veinticinco años, se llamaba Lucía Bosé y que vivía en España. En 1971 Nacho Angulo me dijo un día:
-Mira, Camilo, ésta es Lucía Bosé.
Allí mismo comenzó entre nosotros una de las relaciones más hermosas y pacíficas de mi vida. Yo no era entonces más que un aspirante a "ídolo de la juventud" -como estaban programando ya los argentinos-, ella tenía sobre sus hombros una historia larga, rica y plena. Había sido Miss Italia al año siguiente al que yo nací, había sido una de las musas del neorrealismo cinematográfico italiano, había sabido siempre elegir a los mejores directores y los mejores proyectos. No sólo era una mujer muy hermosa, sino con un gran prestigio en su carrera. Antonioni, Buñuel, De Santis, Cocteau, Bardem la habían dirigido en filmes como Roma, hora 11, Crónica de un amor, No hay paz tras los olivos, La señora sin camelias, El testamento de Orfeo, Cela s'appelle l'Aurore, y, sobre todo, por lo que a mí me tocaba, Muerte de un ciclista, la película que había visto de niño. Luis Miguel Dominguín, "el torero" -como le llamaba ella- la había traído a casa para desposarla, tenía tres hijos guapísimos, una casa fastuosa en Somosaguas. Cuando la conocí hacía tiempo que vivía separada de su marido y estaba muy interesada por la poesía y la música. Más tarde seguiría con esas aficiones, a las que añadiría la horticultura y el misticismo músico-vegetal, o como pueda definirse su tipo de espiritualidad. Además, todos los españoles pudieron verla, tan hermosa y apasionada como siempre, en una serie de televisión titulada La señora García se confiesa.
Pero de Señora García no tenía nada en aquel tiempo.
Nos hicimos amigos íntimos muy pronto, de una intimidad total, absorbente, irrepetible. De pronto, como si una mano superior a nosotros mismos nos empujara, no podíamos estar el uno sin el otro: juntos a todas horas, en todas partes, en su casa, en la mía de Dr Fleming, 31, casi vacía de muebles aún, con los muchachos de Ariola entrando y saliendo a todas horas y Jaime Torregrosa largándose de vez en cuando para dejarnos solos. Rara era la tarde en que no se presentaba en aquella casa y después de satisfacer nuestra mutua pasión, nos poníamos a investigar en cuestiones artísticas. Estaba yo empeñado en versos que tuvieran sentido, pero procurando siempre no caer en los insoportables ripios, con rimas impresentables, que poblaban muchas canciones de éxito. Leía obras como Poeta en Nueva York o antologías de León Felipe, los cantos de Leopardi y los rubaiyat de Omar Kheyyam (cuyo insólito nombre completo no he olvidado desde entonces : Ghiyathunddin Abulfash Omar ben Ibrahim al Kheyyam, aunque puede habérseme bailado alguna letra), mis poemarios preferidos en aquellos años y que ahora han ido a unirse a otros poetas leídos en la adolescencia o en los años posteriores : leía a aquellos poetas para aprender a escribir sin las esclavitudes a que frecuentemente obligan las notas musicales, y Lucía Bosé leía conmigo, me ayudaba a comprender, me ayudaba a escribir, juntos corregíamos los borradores y componíamos versos que jamás pasarían al disco.
Al poco tiempo de conocernos realicé mi primer viaje a Argentina. Y Lucía Bosé acudió a despedirme al aeropuerto y me llevó como regalo un pequeño cuaderno de notas para que no desperdiciase mi tiempo y continuase escribiendo. Desgraciadamente, como ya he contado, la aparición de Marcia Bell no me dejó demasiado tiempo libre para el trabajo.
De regreso, lo primero que hice fue llamar a Lucía, llamar a Tusa, que es verdaderamente el nombre que yo le daba en la intimidad, el mismo nombre por el que su madre la había conocido de niña, según ella me contó, y que únicamente yo utilizaba. Era una mujer independiente, libre, con una personalidad arrolladora. No tenía problemas con Dominguín. A veces cenábamos a solas en su casa y de pronto, como el que hace un comentario insignificante, decía:
-Creo que mañana vendrá el torero.
Y al día siguiente venía Dominguín, hablaba con todo el mundo -era un hombre simpático y muy inteligente, uno de los hombres del toro más inteligentes que he conocido-, se ocupaba de sus asuntos y desaparecía hacia su inmensa finca de las sierras cordobesas.
Tusa tenía -tiene- unos ojos que apenas se podían mirar fijamente, de lo expresivos, poderosos y firmes que eran. A mí me recordaban siempre lo que se contaba de la mirada de la reina Victoria de Inglaterra, ante la que los oficiales del Ejército, en señal de sumisión, se cubrían los propios ojos para no quedar cegados por tanta belleza. De ahí nace, según cuentan, la costumbre del saludo militar, situando la mano en la frente. Pero la belleza de la reina Victoria era, según se ve en las pinturas, más de rango y de situación que de otra cosa. La de Tusa era una belleza para desmayar a cualquiera y por eso yo frecuentemente me acercaba a ella, en broma, con el saludo militar por delante (el saludo que tan mal se me daba en el campamento de Sotomayor).
Al principio de nuestra relación salíamos juntos Nacho Angulo, ella y yo, pero poco a poco Nacho fue retirándose y nos quedamos Tusa y yo a solas.
Nuestra amistad fue creciendo. Cuando Ariola decidió que fuera a Londres a grabar un nuevo disco, me acompañó Lucía con su hijo Miguel. Venían también en la expedición mi productor Juan Pardo y Antonio Domínguez Olano, como periodista, creo. Fue una excursión de locos, nunca me había ocurrido otra cosa igual. Si en mi primer viaje a Inglaterra había quedado deslumbrado por las modas, por los espectáculos, por el bullicio de la capital del mundo que apuraba los últimos esplendores de la Década Prodigiosa, ahora me sentía casi como en mi casa. Agrupados, después del trabajo en los estudios De Lea, en Wembley, recorríamos todos los rincones, husmeábamos en todas partes, nos divertíamos sin fatiga. El disco Sólo un hombre iba tomando forma mientras todos nosotros tomábamos de la vida lo que nos ofrecía y aún más.
Tusa no desperdiciaba ninguna oportunidad de comprar los objetos más inverosímiles y estrafalarios, y nos convencía para que también nosotros lo hiciéramos. Así caminábamos con unas alzas enormes, que casi parecían zancos, haciendo difíciles equilibrios por King's Road y el barrio de Chelsea. Claro que el hallazgo más excepcional fueron unos monos de terciopelo y cintura de avispa, muy bonitos..., pero con la cremallera por detrás, en vez de por delante. Los varones del grupo nos dimos cuenta en seguida del gran inconveniente que presentaban cuando nos acuciaban las ganas de acudir a los urinarios: había que desnudarse por completo para una operación tan sencilla... Todo esto y mil historias más provocaban carcajadas continuas, un buen humor que pocas veces he vuelto a sentir. Tusa era la mujer más alegre del mundo. Su pelo la caía por la espalda, como una cascada roja -según la moda del momento- y obligaba a los severos londinenses a parar su marcha para mirarla. No podían imaginar que aquella mujer era una de las más grandes actrices italianas.
Entre las grabaciones que estábamos realizando en Londres figuraba una canción cuya letra era de Lucía: Amor, amar. La he cantado siempre con un gran entusiasmo porque para mí -como para ella- encerraba muchos significados: Amor si tu dolor fuera mío y el mío tuyo, qué bonito sería, amor, amar... Si tendré mañana para volar... Cabalgando la noche se acerca tu nombre... Es un poema muy hermoso y, naturalmente, obtuvo el enorme éxito que merecía, de tal modo que suele figurar aún en mi repertorio habitual, tantos años más tarde. Luego, en 1974 y en el LP titulado "Camilo", volví a incluir otra canción de Lucía Bosé, Mi verdad. Es casi un auténtico concierto, que grabamos con toda la Sinfónica de Londres en pleno:
En la oscuridad buscarte,
lacrar mi boca quisiera y dentro de mí hablarte...
Tapar mis oídos quisiera
y en el silencio escucharte...
Para saber mi verdad...
La letra era muy breve y casi surrealista y yo le puse una música grandiosa, muy fuerte, de manera que en la grabación resulta un verdadero concierto de dos minutos y medio.
Tusa me acompañó en otros muchos viajes, no sólo por España. Recuerdo que en México su costumbre de meterme siempre en bromas provocó una situación pintoresca. Encontró en un hotel a una fan que estaba esperando a Serrat y le dijo:
-Pues pasado mañana va a llegar aquí Camilo. Ten cuidado con él, que es terrible. Será mejor que no te acerques.
La muchacha tomó la palabra con mucha frialdad e indiferencia, porque ella -dijo- "era de Serrat". Es una chica gordita, de piel de terciopelo. A los tres días de llegar yo tuvimos un pequeño encuentro y nuestra relación no ha terminado aún. No creo que Serrat se ofendiera porque le robase aquella fan...
Si en un momento dado nuestra mutua pasión fue declinando, como ocurre siempre en la vida, Tusa y yo continuamos queriéndonos mucho. Todavía ahora, de pronto, cuando termino de trabajar de madrugada, la llamo para decirle que voy a desayunar a su casa. Ella madruga muchísimo y cuando me presento tiene preparadas las maravillosas verduras que ella misma cultiva. Podemos estar hasta la noche siguiente charlando de poesía, de música, de nuestras vidas.
Ese mismo afecto existe entre su hijo Miguel y yo A veces, cuando él se encuentra en el más alto de la fama, me preguntan si no siento celos. ¿Cómo va a ser posible? Sé que muchos se han presentado como descubridores de Miguel Bosé, pero fui realmente yo el que le metí en el mundo de la música. Los dos primeros singles que grabó están producidos y compuestos por mí y editados por mi compañía, Ariola: Soy, Es tan fácil, For ever for you, Quién... ¿Cómo voy a tener celos del muchacho al que conocí en Londres con dieciséis o diecisiete años, con el que he pasado tantos momentos felices? Para mí es doblemente amigo, por nuestra historia común y por lo que admiro su trabajo. Para mí ha sido siempre un orgullo tener amigos que triunfaran en cualquier aspecto de la vida, gente que trabajara y que mereciera el éxito. Además, no puedo olvidar que es el hijo de Lucía Bosé, de Tusa, una de las mujeres que más me han influido y que sigo queriendo con más dedicación. Como en la época en que estuvimos juntos.